Imanes, arzobispos, patriarcas, padres con mitras ortodoxas, cruces de esmeraldas, rubíes y oro, y sheiks shiítas no tenían diferencias ayer. Todos estaban con sus ojos asombrados frente a las enormes pantallas de televisión del palacio de Husseinieh en Amman. El Papa Francisco descendía del avión y lo recibía el príncipe Ghazi de Jordania, vestido en su abayha tradicional, en una imagen que por sí sola representaba el sueño del Santo Padre: la intereligiosidad, la convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos en una las regiones mas volátiles del mundo.Un Papa diferente,de gestos inconfundibles, que los conmovió –a unos y a otros– cuando lavó los pies de los prisioneros musulmanes en una cárcel de menores romana.
En un salón del Palacio, bajo la mirada desde un cuadro del fallecido rey Hussein, se veían sus frutos y su herencia. El Sultan Alamri, embajador en los Emiratos Árabes, conversaba cómodamente con el arbozispo maronita del Líbano, llegado especialmente.Los padres ortodoxos se abrazaban a los cheiks shiítas y los imanes y el cardenal amerito de Washington, Theodore Edgar McCarrick saludaba a sus viejos amigos musulmanes de las conferencias interreligiosas mientras esperaba al Santo Padre. Un clima de tolerancia, respeto mutuo, afecto, como el que Papa Francisco predicó desde su llegada en la región. Una secretaria gritaba desesperada porque cuatro patriarcas que venían a recibir al Papa se habían perdido en su ómnibus y debían llegar a tiempo.
La seguridad era draconiana en la capital jordana.Por decisión del Santo Padre, no hubo auto blindado para él ni para su comitiva. Una decisión que asustó al ministro del interior jordano Hussein Almajali, quien sabe que As Nasra, el ala radical de Al Qaeda en Siria, está en Deraa, en la frontera jordano siria, a 90 kilómetros de Amman. «Lo que hizo más difícil esta visita fueron los requerimientos del Vaticano: el Papa quería estar abierto a la gente, a los jordanos. Que lo vieran. Para compensar había que poner gente de seguridad en la calle.Y es lo que hicimos», explió el ministro a Clarín mientras esperaba al Papa.
Cada diez metros había un soldado: desde el aeropuerto hasta el Palacio. También blindados con ametralladoras en ciertas esquinas en un esquema de seguridad que conformó al Vaticano. Al menos, 10.000 hombres estaban desplegados bajo un sol rajante para preservar la seguridad del Santo Padre. Los jordanos musulmanes y cristianos salieron a recibir al Papa, especialmente en el segundo círculo de la ciudad de Amman, cada vez mas extendida.
En un discreto automóvil gris, el Papa llego al Palacio y fue recibido por el rey Abdallah, la reina Rania y su mamá, de origen palestino.Los invitados esperaban en un salón cuando se abrieron las puertas y fueron apareciendo, por orden de protocolo, la reina Rania, toda vestida de blanco, el soberano y finalmente, el Papa Francisco.
Ni el Santo Padre ni el rey Abdallah disimularon que son «socios» en un proyecto de paz en Oriente Medio. «La química»–como la definen en la Corte Hachemita– entre ambos es casi perfecta y de mutuo entendimiento. «En los días que vienen, nosotros vamos a continuar trabajando juntos y enfrentando desafíos. Su humanidad y su sabiduría pueden hacer una contribución especial para aliviar la crisis de los refugiados sirios y el peso sobre países vecinos como Jordania», dijo el rey Abdallah. «Sus acciones y apoyo continuo será necesario para ayudar a los palestinos e israelíes a resolver su largo conflicto», continuó.
El Papa Francisco ya comenzó a hablar en su segundo párrafo del discurso de la generosidad jordana para recibir refugiados palestinos e iraquíes y «particularmente de la vecina Siria, arrasada por un conflicto que ha durado demasiado».
«Con el conocimiento y profundo lamento de la continuidad de las tensiones en Oriente Medio, yo agradezcó a las autoridades del reino por todo lo que hacen y los aliento a perseverar en sus esfuerzos para encontrar una paz duradera en toda la región. Este gran objetivo requiere que una solución pacífica sea encontrada en Siria como una justa solución en el conflicto palestino israeli», dijo el Santo Padre, ante los aplausos del heterogéneo auditorio de cristianos y musulmanes, más los cardenales de su comitiva.
En el estadio de Amman, unos 20.000 cristianos y musulmanes se reunieron para escuchar al Santo Padre en la misa. Se habían distribuido 30.000 invitaciones. El punto de reunión eran las iglesias cristianas, desde donde eran transportados en ómnibus hasta el estadio para la ceremonia, en una tarde calurosa de sol. Blindados con ametralladoras rodeaban el estadio. No había distinciones entre VIP y fieles ante el temor a un atentado.
En italiano, el Papa anunció en la homilía: «La paz no se puede comprar, no se vende. Es un don que se construye con pequeños gestos de la vida cotidiana». Un prelado la tradujo al árabe. Los cristianos se abrazaban. Los musulmanes aplaudían. Sus palabras se confundían con el llamado desde los minaretes de las mezquitas a la «salat», la hora del rezo que se repite cinco veces por dia en el Islam. Después rezaban el Padre Nuestro en árabe. El doctor Hani Bader, un jordano cristiano, estaba en la misa y concurrió con toda su familia. «Aquí somos todos jordanos. Somos hermanos cristianos y musulmanes, no hay diferencias entre nosotros. Tenemos dos reyes: Abdallah y el Santo Padre. Los dos nos protegen y nos cuidan».
Fuente: Diario Clarín